Este relato es real; yo conocí a la protagonista siendo pequeñita. Mis abuelos iban a veranear a un pueblo, y así la conocí. El nombre del pueblo y los protagonistas han sido cambiados por respeto a los familiares que aún viven.
En un pueblo de altas montañas y profundos barrancos nació María, en una familia muy humilde. Una niña muy querida, hija única. Sus padres vivían de las cosechas de frutas y verduras que luego vendían en el mercadillo del pueblo. María apenas pudo ir a la escuela, pero, como era muy inteligente, aprovechó el tiempo que pudo estar en ella. Fue creciendo y se convirtió en una bellísima muchacha: alta, esbelta, de tez blanca, que protegía con un gorro de paja hecho por su madre; tenía ojos verdes y el pelo negro como alas de cuervo. Llegó un momento en que fue ella quien se hizo cargo del puesto en el mercadillo, con la admiración de todos los muchachos, pero ella no estaba por la labor de depender de un hombre, como era la costumbre de aquella época.
Llegó el día de la fiesta del patrón del pueblo, con bailes y romerías. Allí estaban María y sus amigas, pero también estaba Juan, un muchacho al que casi no conocían en el pueblo, pues sus padres lo habían mandado a estudiar a la ciudad. Juan era un apuesto muchacho; enseguida se hizo el amo de la fiesta. En un momento determinado, María y Juan cruzaron miradas: fue un flechazo. Ambos pensaron que habían encontrado a su pareja. A los pocos meses se casaron. Tuvieron un hijo que colmó la felicidad de los dos. Pero pronto a Juan se le hizo chico el pueblo. Decidió que iba a emigrar a Cuba a hacer fortuna. Se lo hizo saber a María, ella bajó la cabeza, sabía que no podía hacerle cambiar de opinión. "Te mandaré todos los meses dinero, y cuando reunamos lo suficiente, te mando buscar".
Cuando María terminó de hacerle la maleta, él la besó. Su corazón le decía que no lo volvería a ver. Al salir Juan por la puerta, María se vistió de negro, un luto que ya no se quitaría. Los primeros meses las cartas llegaban puntuales, pero después fueron espaciándose, hasta que desaparecieron. Entonces empezaron las especulaciones; se le dio por desaparecido por algún tiempo, pero para declararlo muerto tenían que pasar diez años para poder cobrar la pensión. Los padres de María eran ya mayores y no podían seguir trabajando la tierra como antes, y además ella tenía que cuidar al niño.
María decidió entonces acudir al párroco para encontrarle trabajo en una casa decente. Así fue como entró a trabajar en la casa de la señora más rica del pueblo. Enseguida contó con la confianza de la señora, quien la nombró ama de llaves. El niño se quedó con los abuelos, pero a María ya no le brillaban los ojos y su sonrisa se apagó. Yo la veía a veces paseando con la señora, y siempre me acariciaba la cabeza con una gran ternura.
Llegó el momento en que se iban a cumplir los diez años, pero al no haber cadáver, se hacía más difícil cobrar la pensión. Entonces la señora habló con el párroco para que se pusiera en contacto con el cónsul y tratar de averiguar qué había pasado con aquel hombre. La respuesta no tardó en llegar: Juan no se había registrado en el consulado al llegar y tuvo que ser por medio de otros españoles que obtuvieron la información. Se había casado y tenía cuatro hijos.
Aquí surgía la duda de qué hacer. Juan no quería volver y, si estaba vivo, no le podían dar la pensión. Tenía cuatro hijos allá, y aquí uno. Pensaron en quién sufriría menos con la verdad, y María ya había sufrido bastante. Decidieron decirle que había muerto en un accidente y que al no estar registrado, no figuraban sus datos.
Cuando se lo dijeron a María, ella dijo: "Yo soy viuda desde el día que Juan se marchó de casa". Estas palabras estremecieron a todos los presentes, pero la vida de María estaba rota hacía tiempo, pues en su situación no podía salir ni ir de fiesta; solo podía estar en su casa y salir a trabajar. Pero tuvo la satisfacción de darle unos estudios a su hijo y continuó con la señora, quien la trató como a una hija.
Este relato es un homenaje a todas las Marías que se quedaron "viudas" sin serlo. Las estadísticas dicen que son pocos los que regresaron, y muchos de los que regresaron, lo hicieron sin fortuna.
Fecha: 20 de octubre de 2024.
Las puertas del colegio San Agustín se abrieron y Benito y sus amigos salieron corriendo para reunirse como todas las tardes en el Puente Verdugo. Allí se sentaron sobre el borde del puente y empezaron a balancear sus piernitas al ritmo del hilo de agua que bajaba por el Guiniguada. La pandilla estaba deseosa de escuchar las historias de Benito, pero este se hacía de rogar.
—¡Empieza ya, hombre!, ¡pero esta vez no te enrolles, que la última vez casi nos da aquí la amanecida! Tú y tu manía de primero describir todas las plumas para luego acabar diciendo que es una gallina, ¡al grano!
A Benito no le hacía mucha gracia esa manera de criticar su manera de contar historias: —¡Bueno, pues si tanto les aburren mis historias me callo y no digo nada!
—Venga, no te enfades y empieza ya.
—A ver, esto no es inventado, me pasó de verdad. Ayer domingo fui con mi familia a San Mateo, pero mi madre dijo que primero pasaríamos por Santa Brígida a casa de una señora que hace unos quesos riquísimos. La casa estaba alejada del pueblo y cuando llegamos creo que estaba yo más cansado que los pobres caballos, así que me bajé a explorar. Lo primero que vi fue a un señor mayor sentado justo delante de la puerta de la vivienda, se llevó tres dedos al sombrero, hizo una leve inclinación de cabeza en dirección a mi madre y mi tía y en cuanto ellas entraron, él siguió a lo suyo, mirando el paisaje. Al cabo de un rato, pasó de mirar el paisaje a mirarme a mí, y me llamó.
«Cuando me acerqué, al buen hombre le dio por pasarme la mano por la cabeza y dejarme todo despeluzado; si mi madre se entera, le da un ataque: ¡nada de pasar la mano por la cabeza de los niños, que les pueden pasar enfermedades! Pero no se quedó en eso, ahora viene lo bueno, me miró a los ojos y me dijo:
—Tú vas a ser famoso y todo lo tienes aquí dentro —me volvió a tocar la cabeza, esta vez con dos golpecitos rítmicos—, escribirás muchos libros; pero es una pena que te tengas que ir lejos y ya no vuelvas sino un par de veces y de visita. —El señor cogió resuello y prosiguió—: pero, aunque te vayas lejos de aquí se te seguirá queriendo, te harán estatuas, te pondrán calles y tendrás tu propio museo—. Diciendo esto, el buen hombre me mira y se despide—: adiós, Benito, me alegro de haberte conocido.
Sin darme tiempo a preguntarle como sabía mi nombre, mi madre y mi tía salieron de la casa y ya no me atrevía a decir nada por miedo a la reprimenda por estar hablando con desconocidos; así que puse cara de niño bueno y seguimos el viaje».
—Y esa es la historia, ¿qué les parece?
—Pues que si quieres que nos la creamos vas listo, ¿tú con estatuas, monumentos y calles? ¡anda ya! Creo que esta vez te pasaste de imaginativo —le replicó uno de los amigos—, mejor habría estado que nos describieras los dos mil pasos necesarios para hacer el queso ese que dices que fuiste a buscar, eso ya te pega más.
Aquí todos estallaron en una carcajada.
—Bueno, bueno —replicó Benito— si no me quieren creer, no me crean, pero es la verdad.
Y diciendo esto se levantó refunfuñando y se encaminó hacia su casa de la calle Cano, pensando para sí: «muchos libros, una calle, una estatua...»
Fecha: 3 de noviembre de 2024.
Mariadel
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