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El silencio sonoro de los teatros. Rubinstein, pianista - Autora: Mariadel

El silencio sonoro de los teatros... aunque parezca contradictorio, tiene su sentido para quienes aman las artes escénicas en general —pensé.


Decidida a comprobarlo, busqué un teatro que llevaba años sin funciones. Les expliqué lo que quería experimentar y me dejaron pasar. Cuando las puertas se cerraron y me quedé sola en el patio de butacas, el silencio lo pude comprobar. Me faltaba la sonoridad.


Enseguida comprendí lo que querían decir: las artes escénicas, como cualquier otro arte, te dan la oportunidad de, con tu imaginación, transformar las obras que ves o escuchas e interpretarlas a tu manera. Así que me hice un programa, me coloqué bien en la butaca y me dispuse a escuchar la sonoridad del teatro junto al silencio.


Lo primero en el programa era un concierto de Vivaldi: Las cuatro estaciones. Al levantarse el telón, mi sorpresa fue ver a los músicos vestidos según cada estación del año. Era un espectáculo original y maravilloso: otoño, invierno, primavera y verano. Impresionante. Un despliegue visual único. Terminó el concierto y sonaron los aplausos sonoros… en silencio.


La segunda actuación era un concierto de piano. No me sonaba el nombre del pianista, pero decían que tenía mucha fama, aunque no se prodigaba en ofrecer conciertos. Las piezas eran todas suyas. Esta se llamaba Vuela. Aparece en el escenario el pianista: muy joven, muy bien vestido. Saluda y se sienta al piano. Las primeras notas suenan suaves; a medida que avanza, el tono sube. Suena bonito. Y entonces, la sorpresa: el piano tenía ruedas, y la banqueta del pianista también. Empieza el espectáculo: el piano comienza a girar y deslizarse por todo el escenario. El pianista lo sigue sin perder el control de la pieza, que suena hermosa, aunque distinta a lo habitual. En un momento dado, el piano gira, gira y gira, y el pianista con él. Por un instante pensé que acabaría cayendo al patio de butacas, pero no: el control era absoluto. Ver un piano volando y, al mismo tiempo, una ejecución magistral del pianista… Yo tenía los pelos de punta. Al final, el piano se coloca en el centro del escenario y concluye ese concierto tan particular. Vuelven los sonoros aplausos en silencio.


El tercer espectáculo era un ballet clásico: El lago de los cisnes. Se abre el telón y aparece, como decorado, un gran lago. Pero no era solo un decorado: los bailarines y las bailarinas, con unas zapatillas especiales, bailaban dentro del lago… que tenía agua y un suelo antideslizante. Yo no podía creer lo que estaba viendo. Pues sí, era verdad: iban a bailar en el agua. Espectacular. Las evoluciones y el porté, con el bailarín que la desliza con gran suavidad por el agua… Ella se levanta y, con unos giros de vértigo, salpica en pleno giro. En ese momento, el lago se llena de bailarines con movimientos mágicos. Un Lago de los cisnes diferente, maravilloso. Esto no se puede calificar. Único. Como antes: aplausos sin parar.


Y para terminar, un ballet español: Goyescas, una de las piezas más complejas de la danza española. Se abre el telón y se ve un pueblo de alta montaña, sin identificar. Salen los habitantes: unas señoras que van a la tienda de aceite y vinagre, hombres charlando sentados en un banco, niños jugando en lo que parece una calle, y chicas paseando. Viendo esto me pregunté si no me había equivocado y aquello era una obra de teatro. Cuando ya me había hecho a la idea, una tormenta cae sobre el escenario. En ese momento, lo que parecían actores se quitan los trajes… y debajo aparecen los vestidos de Goyescas. Entonces empieza el baile. Eran bailarines, incluso los niños. Un espectáculo maravilloso, con esos trajes y la armonía de sus movimientos, muchos de ellos en punta. Me quedé sin palabras. Esto hay que verlo. Vuelven los aplausos, que se unen a los míos.


En otra ocasión volveré para imaginar nuevas historias. Esta ha sido una de las experiencias más bonitas que he vivido, y me ha enseñado a valorar los silencios... y a darles vida. Espero que hayan disfrutado.


Fecha: 4 de julio de 2025.

Los Diferentes - Autor: El Archivero del Atlántico

Los diferentes son aquellos que no están dentro de los cánones que marca una sociedad, como los protagonistas de nuestra historia. La acción transcurre en un bosque como cualquier otro, con todos los árboles iguales, aunque en este caso eran de hoja caduca. Un buen día notaron que del suelo salió algo rosa que no lograron identificar. Pensaron que era un hierbajo, pero, ante el asombro de los demás árboles, aquello empezó a crecer de un día para otro y se convirtió en un maravilloso árbol rosa de hojas perennes.


Del asombro pasaron a las risas y burlas: "Un árbol rosa, debe estar enfermo. Que lo alejen, no nos vaya a contagiar sus virus". Los expertos, también asombrados, analizaron la tierra y no encontraron nada fuera de lo común, excepto una luz que los otros árboles no irradiaban. Con cuidado, los demás árboles rodearon las raíces del árbol rosa para mantenerse lejos de él, un favor que sin querer le hicieron, ya que así destacaba más.


Un día, el árbol oyó unos golpecitos en su tronco. Era una ardilla a la que le faltaba un diente.


—Señor árbol, nadie me quiere. ¿Me dejaría usted subirme a su árbol?


—¡Claro que sí! —respondió el árbol—. Y te voy a enseñar a hacer figuritas con esa paletota.

Al otro día fue un pajarito, que tenía un ala rota. El árbol rosa bajó sus ramas para que pudiera subir.


—Yo te cuidaré, y volverás a cantar como ninguno.


Así, poco a poco, el árbol se fue llenando de diferentes. Montaron un maravilloso taller de figuritas, que se hizo tan famoso que la noticia corrió por todo el mundo, y las visitas no paraban de llegar. Entonces, los expertos consideraron que era una especie que había que proteger por ser única. Le pusieron alrededor una valla y la pintaron de rosa para que nadie lo tocara.


Al ver la fama que tenía, los otros árboles se acercaron y quisieron ser sus amigos. Pero el árbol rosa les contestó:


—Cuando estaba solo y triste, se rieron de mí. Ahora no quiero tenerlos cerca. Mis amigos están aquí conmigo. Ellos estuvieron cuando los necesité y me han dado más a mí que yo a ellos. Yo solo los cobijé, y ellos me han dado cariño y fuerza. Somos diferentes, ¿y qué?


¡Viva el arbolito rosa!


Fecha: 21 de diciembre de 2024.

Estrellas de Navidad- Autora: Mariadel

Estaba en casa. Ya anochecía y, algo extraño en mí porque no solía salir a esa hora, sentí la necesidad de conducir y dar una vuelta. 


Cuando ya regresaba del paseo, justo antes de llegar al barrio de San Cristóbal, vi algo que llamó mi atención: estaba detenido a unas millas de costa, como si hubiese perdido el rumbo.


El cielo tenía un tono gris azulado, y el mar, translúcido como un espejo, reflejaba la silueta de aquel barco. Su estructura brillaba como si estuviera cubierta de polvo de estrellas, y alrededor de él, las luces centelleaban formando constelaciones resplandecientes sobre el mar. El agua reflejaba aquella escena con tal nitidez que era imposible distinguir dónde terminaba el cielo y dónde comenzaba el océano.


En ese momento, el barco, rodeado e iluminado por las estrellas, comenzó a moverse con elegancia, dirigiéndose hacia el Puerto de la Luz, dejando tras de sí un rastro de destellos que se desvanecían suavemente en el horizonte. A bordo, observé tres siluetas majestuosas que portaban capas que se movían suavemente al viento. En sus manos, cada una sostenía un objeto que brillaba con un fulgor dorado, plateado y oscuro como la noche misma. No podía distinguir sus rostros, pero su porte tenía algo solemne, algo que parecía pertenecer a otro tiempo: eran los Reyes Magos.


Fecha: 7 de diciembre de 2024.

Ataque pirata en San Cristóbal en Tiempos de Pandemia - Autora: Mariadel


Era la primera vez que visitaba el barrio marinero de San Cristóbal, en Las palmas de Granaria, con mis padres. Lo miraba todo con la curiosidad de una niña que veía un paisaje muy diferente al que estaba acostumbrada. Lo primero que me llamó la atención fueron las casas, todas en fila y pintadas de azul y blanco, como si quisieran rendir homenaje al mar que les daba de comer. En las puertas de los hogares se hacía la vida social, se contaban las novedades del día mientras cosían las mallas del chinchorro.


Los señores mayores fumaban unos cigarros raros. Cuando pregunté qué era aquello, me dijeron que se llamaban cachimbas. Era una estampa preciosa; formaban una gran familia y parecían muy contentos a pesar de la vida dura que llevaban.


De repente, un grito rompió la tranquilidad: “¡Llega el chinchorro!” Todos se levantaron, incluidos nosotros, y bajamos a la playa para ver qué pasaba. Lo que vi no lo olvidaré nunca: una fila de hombres agarrando una cuerda, sostenida por unas manos callosas que parecían inmunes a la aspereza de la soga. Tiraban todos a una, en una sincronía perfecta, como en un baile al son del primero de la fila. ¡El baile del chinchorro! ¿A que suena bien? Creo que voy a proponerlo como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, para que se preserve para las generaciones futuras.


Al llegar las redes cargadas a la orilla, aparecían las mujeres de los marineros con cestas y empezaban a repartirse la pesca: una parte para vender y otra para comer. Se iban con las cestas en la cabeza, con una gracia y agilidad que serviría para otro baile. También me llamó la atención una mesa de madera en los callaos, donde las señoras escamaban y limpiaban los pescados, seguramente para venderlos ya limpios.


Bueno, se terminó este paseo por el barrio de San Cristóbal. No volví hasta ya de jovencita, y vi muchas cosas que no habían cambiado y otras que sí. Era domingo, y habíamos ido a almorzar a uno de los muchos restaurantes que habían abierto, ya que el sitio se había puesto de moda por la calidad de sus comidas caseras.


Nos sentamos en la única mesa que estaba libre. Enfrente de mí había una familia con una niña que me llamó la atención. Estaba sentada mirando a través de la ventana, ajena a las conversaciones del resto de la mesa. De repente, vio pasar un barco pirata como los del cine y la joven se levantó de un salto para decir:


—¡Están rodando una película! ¡Voy a ver si están haciendo algún casting y me cogen!


Acto seguido salió corriendo, mientras su padre murmuraba algo como: “Si esa niña pusiera el mismo interés que pone en los castings esos en estudiar, llegaría a premio Nobel.”


Yo salí detrás de la chica, sentía curiosidad. Al llegar a la playa, ya estaba desembarcando una lancha con uno que parecía el jefe y, a su lado, un soldado. Ambos se bajaron de la barca, y casi sin darles tiempo a respirar, nuestra joven protagonista se dirigió al mandamás con grandes aspavientos:


—¿Tú capitán? Yo quiero hacer casting.


La cara del supuesto capitán era un poema, parecía no entender nada ni saber qué decir, hasta que por fin arrancó:


—Yo capitán Drake.


—Vale —respondió la chica—, yo me llamo María, pero lo que quiero es hacer el casting para la película.


El capitán volvía a dudar sobre qué contestar, hasta que al final dijo:


—Yo capitán Drake, tú María Casting.


—Noooo —se desesperaba la chica—, yo me llamo María y quiero hacer el casting.

Pero el pirata insistía:


—Yo capitán Drake, tú María Casting.


—¡Qué nooo, hombre, que yo me llamo María y quiero hacer el casting de la película!


Enfrascada en hacerse entender, no se dio cuenta de que ya la playa estaba llena: una multitud de niños los rodeaba con palos y piedras.


—¡Venga, vamos a guirrear! —gritó uno de los niños.


El pobre pirata no salía de su asombro, se volvió hacia los niños y dijo:


—Capitán Drake no guirrea con niños, ¿es que aquí no haber hombres?


—Sí —le dijo María—, están comiendo y bebiendo, y después siesta y más siesta.


El famoso capitán estaba pasmado, nunca se había enfrentado a una situación como esa.


Y justo en ese momento, el murmullo de la multitud se interrumpió al ver que un grupo de socorristas de la Cruz Roja, vestidos como astronautas, se abría paso hacia la playa. Uno de ellos se acercó al capitán, le tomó la temperatura en la frente, le metió un bastoncillo por la nariz que parecía llegarle hasta el ombligo, y luego le cogió la mano y le dio un pinchazo. En ese instante, el capitán Drake vio que le salía una gotita de sangre del dedo y empezó a gritar despavorido:


—¡Izad velas, levad anclas, esta isla está embrujada, no son humanos!


Y así, sin conquistar la isla, volvió a meterse en el túnel del tiempo del que había salido.


Fecha: 5 de noviembre de 2024.

La Playa de Las Canteras en el año 1000 - Autora: Mariadel

Mi nombre es Marina; me lo pusieron por mi abuela. Existía una gran complicidad entre nosotras. Teníamos muchas cosas en común. Además del parecido físico, a las dos nos unía nuestra pasión por el mar y la habilidad para trasladarnos a otras épocas. Mi abuela y yo hicimos viajes maravillosos que han marcado para siempre mi vida. 


Desde su fallecimiento, no había vuelto a viajar en el tiempo, no me apetecía. Pero esta mañana, al despertarme, después de estar toda la noche soñando con ella, recordé que se nos había quedado un viaje pendiente: Las Canteras, en Las Palmas de Granaria, en el año 1000. Sentíamos curiosidad por ver cómo sería en ese periodo nuestra «joya de la corona», la playa de Las Canteras. 


Dicho y hecho, fui a la playa de Las Canteras, me senté en la arena, cerré los ojos y, al abrirlos de nuevo, lo primero que vi fue una extensión inmensa de dunas. Junto a la orilla, el mar era cristalino, de color turquesa. En el fondo, se veían peces nadando en una perfecta coreografía, sin nadie que los molestase. Un cielo azul con un sol espléndido. Un paisaje espectacular en el que los antiguos habitantes de las islas vivían de sus recursos naturales.


Lo que más sorprendió al llegar fue el silencio absoluto, solo roto por el sonido de las pequeñas olas al llegar a la orilla, y al retirarse. Ese sonido que deja acariciando la arena es el mejor de los relajantes.


Una vez saboreada esta sensación de soledad absoluta, empecé a agobiarme un poco. Si estás acostumbrada al bullicio, es curioso cómo puede llegar a abrumarte tanto silencio; en ese momento, me acordé del célebre pianista polaco Rubinstein, quien decía que el momento que más disfrutaba era el de la sala, previo a los conciertos. En esos momentos, se sentaba a oír el «silencio sonoro» de los teatros, que despertaban su imaginación.


Decidí hacerle caso y me tendí en la fina y dorada arena, que lucía como el pelo de las valkirias. Era mullida, como el mejor de los colchones, y tan suave como el gofio molido. ¡Qué gran privilegio sentir Las Canteras así!


Durante unos instantes, aproveché para repasar la historia de la playa. Recordé el gran cementerio aborigen que se encontró en la Isleta; aunque nuestros antepasados preferían vivir cerca de los barrancos, no cabe duda de que se acercaban a la costa para buscar alimentos. Me imaginé a los más valientes asentándose junto a zonas de roca para marisquear, aun sabiendo del peligro que llegaba del mar. Yo misma me veía ya en la tesitura, vestida como ellos y cogiendo lapas.


Mientras estaba ensimismada con el paisaje, la marea había subido y me estaba mojando los pies. En ese momento, una mano me ayudó a levantarme. Alcé la vista y, ante mi sorpresa, vi que era mi abuela. Parpadeé dos veces: ¿será una alucinación? - pensé.


—¡Mi vida, soy yo! He querido acompañarte en este viaje que tanto habíamos soñado hacer juntas. Siempre he estado y estaré contigo, aunque no puedas verme. Solo cierra los ojos, y sabrás que estoy ahí.


Me puse de pie para darle un abrazo, pero para cuando me levanté, ya no estaba. En la arena húmeda, sin embargo, se habían quedado sus huellas. Yo abrí los brazos y abracé al aire, convencida de que ella estaba recibiendo mi abrazo.


Ya estaba preparada para volver a mi época. Ha sido uno de mis mejores viajes... pero no el último.


Fecha: 4 de noviembre de 2024. 

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