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La conferencia - Autor: Mariadel

Esta historia empezó una tarde en la que decidí asistir a la charla de un reputado escritor y conferenciante. Una vez en la sala, me vi obligada a sentarme en el centro, que no me gusta nada, porque prefiero los laterales. Pero bueno, estaba todo lleno y no me quedó más remedio.

Tenía pinta de estar bien, por la cantidad de público que había. Pronto aprendí que eso no significa nada.


Empezó la conferencia, y ya me empecé a arrepentir de haber ido. El susodicho comenzó presentándose, enumerando la cantidad de libros que había escrito, sobre todo en el extranjero, y los premios que le habían concedido. Y cuando creía que por fin había terminado su presentación, empezó con algo todavía peor: su rutina diaria.


—Yo tengo un orden en todo —decía—. Antes de ponerme a escribir, doy veinte paseos por el pasillo de mi casa. Como es tan grande, me sirve de ejercicio.


Después se puso a describir el desayuno. Afortunadamente se saltó la ducha, porque si también teníamos que aprendernos el champú, el gel y el hidratante, ya era superior a mí.


Esa obsesión con la rutina de los escritores es una leyenda. Hay quien escribe por la noche, otros por la mañana, de madrugada, o simplemente cuando sienten ganas. Otra cosa es si tienes un compromiso editorial con fechas límite, entonces no hay más remedio.


En definitiva, yo seguía esperando que hablara algo de técnica narrativa o de literatura. Pero nada. Cuando ya empezaba a ponerme nerviosa, pensando en cómo salir sin llamar la atención, oigo de pronto un estruendo detrás de mí. Me vuelvo, y veo a un señor rojo de la vergüenza que me dice:


—Perdón, lo siento... Hoy he comido judías y no me han sentado bien. El médico me ha dicho que no me aguante, porque se me pueden torcer las tripas.


—Caballero —le dije—, su salud es lo más importante. 


Las judías debían de estar muy bien aliñadas... Madre mía —pensé—. Con disimulo, saqué una botellita de colonia y me puse a olerla. El pobre hombre volvió a pedir disculpas. Y... tengo que decir que eso fue lo más interesante de toda la conferencia.


Por fin, como si el universo hubiera escuchado mi súplica, al conferenciante le entró un ataque de tos y tuvo que suspender la charla. Nunca me había alegrado tanto. No por su tos, que seguro se le pasó enseguida, sino porque si llego a seguir allí mucho más rato, salgo tarumba perdida.


Hay que saber cómo dar conferencias. No se puede cansar a la gente con un discurso protagónico, porque al final aburres a la audiencia, y esta no se entera de nada. Por otro lado, los entendidos dicen que una conferencia no debería durar más de 40 minutos, porque sino la gente se dispersa. Tienen razón.


Bueno, fue una experiencia más. Y si alguna vez asistes a una conferencia sobre escritura o literatura, asegúrate de que no se trata simplemente de alguien hablando de su vida personal. Porque ese ego desbordado debería quedarse en casa. El público va a escuchar ideas, no a recibir el relato íntimo de alguien que se enamora de sí mismo frente al micrófono. Esos discursos sobre la rutina del escritor no sirven. 


No todo el mundo tiene las mismas energías ni se concentra a la misma hora. La mayoría de los escritores profesionales no creen en la inspiración. Pero yo sí creo. Creo en ella. Siempre que no se trate de un relato histórico o una biografía, claro está, donde debes ceñirte a datos y reglas.


En definitiva, la escritura y la lectura, al igual que la música, que está profundamente ligada a la palabra, son remedios para el alma, especialmente, cuado salen del corazón.


Fecha: 4 de agosto de 2025.

Se terminaron las Navidades - Autor: Mariadel

Se acabó la tregua de paz. Las fiestas han terminado, y con ellas, desaparecen las sonrisas, los saludos y los buenos días. Ahora las calles están llenas de caras de preocupación y estrés.


Llegan las cuentas del banco y empiezan las lamentaciones: “Me he gastado demasiado, al final esto ni me hacía falta”. A eso se suma el trajín de cambiar tallas y devolver cosas que no gustan.


Y yo me pregunto: ¿por qué los adultos no hacen una carta como los niños?


Yo sí la hago. Pongo tallas, tiendas y todo lo que quiero. Así evito devoluciones. Y si no está lo que pedí, pues bueno, es solo una sugerencia.


Tengo una amiga con un remedio muy peculiar para las rebajas. Ya sabes lo que se dice: que las ofertas son un engaño, que suben el precio antes y luego lo bajan al precio normal. Pues ella lo tiene claro. Antes de que empiecen las rebajas, se compra la ropa que le gusta. Luego, cuando ve que está rebajada, lo devuelve todo.


Pero no se queda ahí. Espera al cambio de turno en la tienda y vuelve a comprarlo, ahora sí, con el descuento. Ingenioso, ¿verdad? ¿Ético? No lo sé. Pero al final, ni la tienda pierde ni ella paga de más.


Ahora, con las fiestas terminadas, toca adaptarse. Despertarse cada día dispuesto a disfrutar de lo que venga, aunque sea sencillo. Porque al final, eso sí que es un regalo.


Fecha: 12 de enero de 2025.

Fuego - Autor: Mariadel

Todo iba perfecto… hasta que alguien gritó: ‘¡FUEGO!’


Hace unos años, solíamos pasar las vacaciones entre Lanzarote y Fuerteventura. Aquella vez tocó Lanzarote. Íbamos con nuestro hijo mayor, que en ese entonces era casi un bebé. Todo estaba siendo perfecto: el hotel era precioso, las playas nos maravillaban y la piscina era el paraíso para descansar.


En esos días, aprendimos algo de los extranjeros que desconocíamos: su costumbre de leer las instrucciones de emergencia que cuelgan detrás de la puerta, algo que por aquel entonces, los españoles en general no practicábamos mucho. Estas instrucciones indicaban lo siguiente: “En caso de incendio: localice las salidas de emergencia, deje la puerta abierta al salir, cierre los grifos, coja toallas mojadas, cúbrase con ellas, y camine agachado si hay humo”. Todo eso lo aprendieron ellos... nosotros, no.


Una noche estábamos ya en la cama, a punto de dormir, cuando escuchamos golpes en la puerta. Al principio pensamos que sería alguien confundido después de unas copas de más, pero los golpes seguían. Una voz grave decía:


—¡Fuego! ¡Salgan de sus habitaciones!


Pegamos un brinco. Cogimos a nuestro hijo sin pensarlo dos veces, y salimos tal cual estábamos, dejando la puerta abierta, seguramente por instinto.


En el pasillo vimos a unos extranjeros gateando por el suelo. Al principio nos reímos, pero luego lo pensamos mejor: “Ellos saben algo que nosotros no”. Así que hicimos lo mismo.


Los seguimos, porque ni siquiera sabíamos dónde estaban las escaleras de emergencia. Al llegar, los extranjeros abrieron la puerta de la salida y nos hicieron señas para que nos pegáramos a la pared. Fue buena idea, porque cayeron cristales de los pisos superiores al abrirse la puerta.


Una mujer extranjera, probablemente horrorizada al ver a un bebé sin ninguna protección, mojó una toalla y envolvió a nuestro hijo. Seguro que pensó: “Qué clase de padres son estos”.


Llegamos al vestíbulo, donde nos dijeron que los bomberos estaban en camino. Nos aseguraron que no corríamos peligro y que debíamos permanecer allí. Aquello era un espectáculo: había gente nerviosa, otros intentaban contar chistes para calmarse, y todos estaban en camisón, pijama o envueltos en toallas. Pero la estrella de la noche fue una señora extranjera que desfilaba, muy digna, con toda su ropa colgada de un brazo, perchas incluidas. Si no fuera por la situación, nos habríamos muerto de risa.


De repente, me acordé de algo.


—¡Mis lentillas! Me las dejé en el baño.


Mi marido, todo un caballero, dijo enseguida:


—Voy a buscarlas.


Intenté detenerlo.


—No hace falta, me da miedo que subas.


Pero no me escuchó, y subió. Al rato regresó, aparentemente valiente y resuelto.


—Ay, gracias, dame las lentillas para guardarlas —le dije.


Su cara era un poema. En la mano, su caja de cigarrillos y ni rastro de las lentillas.


—¿Qué es esto? ¿Y mis lentillas? — pregunté.


—¡Las lentillas! Ya sabía yo que se me olvidaba algo.


Lo que dije después... no es apto para transcribir.


Al final, todo quedó en un susto. Una lavadora había tenido un cortocircuito, lo que provocó un pequeño fuego y mucho humo. Lo peor fue el humo, porque hacía que todo pareciera más grave.


Regresamos a la habitación con una valiosa lección aprendida: en caso de emergencia, más vale estar preparados. Decidimos seguir disfrutando de las vacaciones... y empezar a leer las instrucciones detrás de las puertas.


Fecha: 19 de noviembre de 2024.

La Última Cena - Autor: Miguel Montaraz

Noche de Halloween de 1982, en una taberna del casco antiguo de Philadelphia ...


- Hombre Lobo 1: Yo quiero un cordero al horno con papas panaderas.


- Vampiro: Yo quiero una hamburguesa ... muy poco hecha.


- Hombre Lobo 2: Yo quiero unas morcillas con arroz.


- Camarero: Y usted, ¿qué desea?


- Único humano de la mesa: Salir vivo de esta cena.


Fecha: 5 de noviembre de 2024.

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